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Del lenguaje dialéctico al lenguaje QR

A comienzos de este S XXI se hablaba de brecha digital para designar la distancia que aparecía entre los jóvenes, aplicados al aprendizaje y el manejo de los ordenadores y las máquinas basadas en la informática y las telecomunicaciones más modernas y las personas de más edad, todavía adultas en plenas facultades, que tenían dificultades para acceder y utilizar de manera habitual las llamadas nuevas tecnologías.

dificultades para acceder y utilizar de manera habitual las llamadas nuevas tecnologías.

Han pasado más de 20 años desde aquella apreciación. Las tecnologías de hoy están más desarrolladas, más sofisticadas, más generalizadas en la vida de todos nosotros. Los jóvenes las utilizan con una naturalidad asombrosa, pero es que las personas de más de 50 años también. Aquel temor por la brecha digital, en mi opinión, se ha diluido. ¿Era un miedo infundado?, ¿no existía tal brecha?, ¿habremos superado los obstáculos que impedían o dificultaban el acceso a las nuevas tecnologías a los de más edad?, ¿o el problema de la brecha digitalse encuentra en otra dimensión?

 Mi planteamiento es que la brecha digital existe, se agranda, afecta a la vida de todos nosotros y tiene que ver con el lenguaje, las relaciones humanas y el conocimiento.

Hoy comprobamos que todo el mundo termina aprendiendo el manejo de las máquinas, por sofisticadas o complejas que sean.  Ahora bien, las máquinas no son más que productos del ser humano; inventos para facilitar la comunicación, hacernos la vida más cómoda, ahorrarnos rutinas, esfuerzos y sacrificios inútiles y, en el fondo, contribuir a nuestra felicidad. Pero no son inocuos.

El lenguaje que emplean las máquinas no es humano, aunque tengan la capacidad de copiarlo, reproducirlo, almacenarlo y seleccionar el más adecuado en cada ocasión. Es un lenguaje que parece inteligente y ofrece el aspecto del conocimiento. Este lenguaje se está adueñando del espacio intersubjetivo con una fuerza enorme. Las máquinas –Alexa- interactuando con el ser humano, ocupando un espacio que hasta ahora estaba reservado a las personas. Las redes sociales, los medios de envío y recepción de mensajes, las comunicaciones entre las empresas y sus clientes, la información en general, lo emplean generando a diario códigos nuevos, usos nuevos, generando espacios desconocidos hasta ahora.

FERNANDO ARAMBURU, en Los vencejos, describe la relación que mantiene el protagonista, Toni, con una muñeca sexual, Tina, con la que habla, se emociona, discute, aprecia, se satisface sexualmente y llega a calificar como “… mi ideal femenino…”. No son sólo palabras, un nuevo lenguaje, es otra forma de relación. Y en este mismo sentido van todas las experiencias de Realidad Virtual (RV) y de Realidad Aumentada (RA) de la que hablan investigadores, tecnólogos y filósofos. El metaverso del que se habla recientemente.

estamos utilizando los mismos elementos del lenguaje, las mismas palabras de siempre de una manera distinta, renovando los significados, modernizándolos

Uno puede pensar que estamos utilizando los mismos elementos del lenguaje, las mismas palabras de siempre de una manera distinta, renovando los significados, modernizándolos, como ha venido sucediendo desde el origen de la especie humana. Esta sería una apreciación basada en la confianza natural en el progreso del ser humano, en la esperanza de que la evolución por sí misma asimilará el leguaje impuesto por la tecnología en beneficio de las personas, como hasta ahora, y en la capacidad de la condición humana para hacer avanzar a la sociedad siempre hacia un mayor bienestar.

Pero puede suceder que estemos frente a otra forma de vida. Los significantes del lenguaje maquinal, creados y controlados por unos pocos, la rapidez con que se difunden, su extensión a la totalidad de la población mundial y su carácter impositivo-autoritario implican maneras de pensar, de sentir y de actuar que rompen con lo conocido hasta ahora. Si este fuera el sentido que se impusiera en la próxima década estaríamos ante una auténtica y peligrosa brecha digital, instalada sigilosamente entre nosotros, brecha creada por un lenguaje de las tecnologías –un pseudo-conocimiento- orientado a la economía de esfuerzos, a la rentabilidad monetaria, a la uniformidad comunicacional y de pensamiento, y a la máxima eficiencia a la hora de establecer relaciones entre los humanos, lo que alteraría gravemente nuestros hábitos de convivencia.

El problema de la brecha digital, por tanto, no es de aprendizaje o de habilidades en el manejo de las máquinas, sino de actitud mental y cultural ante las formas de comunicar, argumentar, sentir y convivir entre nosotros, con el empleo de las tecnologías.

La llamada brecha digital existe. Consiste en la aparición y desarrollo imparable de un lenguaje críptico, acrítico y matemático –pseudo-conocimiento algorítmico- impuesto por las aplicaciones informáticas que estamos inducidos u obligados a emplear en nuestra vida diaria, que se distancia cada día más del lenguaje, las relaciones y el conocimiento ordinarios, intuitivos, coloquiales, descriptivos y racionales. Por decirlo de una manera sintética y en pocas palabras, se trata de la distancia que existe entre un lenguaje QR o código de barras y un lenguaje inteligente, como la poesía.

El lenguaje QR –pseudo-conocimiento- es lineal, cerrado y completo. Se basa en ingentes cantidades de datos y de información que desbordan la capacidad del ser humano, como sujeto individual o como grupo, y que las máquinas analizan y relacionan en milésimas de segundo. Sus resultados son incuestionables matemáticamente. Expresan o recogen una síntesis, una solución, una predicción o una definición a la que se le da toda la certeza y exactitud de las verdades reveladas, los axiomas, lo infalible. No admite réplica ni contra-argumentación. Lleva la apariencia de lenguaje y conocimiento humanos, pero podemos decir que es sobre-humano, porque es el resultado al que no ha podido llegar el ser humano “per se”, ni individual, ni colectivamente, sino que lo ha producido una máquina.

Tal lenguaje –pseudo-conocimiento- es capaz de crear realidades virtuales, predecir acontecimientos, resolver dificultades y operar en el terreno práctico cubriendo necesidades humanas, adelantándose incluso a que el ser humano tenga conciencia de las mismas. Puede informar, por ejemplo, que en las próximas semanas un determinado sujeto se va a sentir decaído, triste y quejoso –incluso que corre el riesgo de suicidio- analizando su comportamiento de compra, de ejercicio físico, de alimentación, los lugares que frecuenta, el tiempo que dedica a conversar, con quién se comunica, las palabras que emplea en sus conversaciones, a qué hora se acuesta, los programas de tv que ve, las horas que duerme, … y mil conductas más que las máquinas conocen y relacionan, dándoles un peso matemático determinado –algoritmo- y obteniendo un resultado –pseudo-conocimiento- mucho antes de que dicho sujeto sea consciente de ello.

Todas estas características y muchas otras que están en la mente de cada uno de nosotros, le conceden al lenguaje QR visos de “inteligente”, no siendo más que un lenguaje matemático probabilístico. Sin embargo, muchas decisiones tanto individuales como colectivas se toman en base a este conocimiento inteligente. Afecta a la población en general sin distinción de edad, sexo, grupo étnico, ni clase social. De ahí que debamos preguntarnos si el lenguaje QR, el big data, los algoritmos ofrecen motivos para la esperanza o debemos preocuparnos.

Pongamos algunos ejemplos. ¿Verdad que ha tenido que llamar alguna vez a un servicio de información o de atención al cliente de una empresa, una administración pública, un comercio? ¿Cuál ha sido su experiencia? Al otro lado del auricular una máquina parlante, le ha dado la bienvenida, le ha ilustrado sobre la confidencialidad, la calidad, la seguridad de la conversación y le ha dirigido a unos códigos que usted tiene que entender y aplicar. Una nueva voz maquinal le transmite otro mensaje grabado, impersonal, de QR. La espera, porque no le puedan atender en ese momento, es la tónica general. Amablemente le despiden con que vuelva a llamar y repita la experiencia. ¿No se siente impotente?, ¿maltratado a veces?, ¿frustrado porque no tiene la oportunidad de preguntar, de solicitar o de exteriorizar su malestar, su impotencia y su rabia protestando, chillando, insultando si fuera el caso?

Otro ejemplo. Usted tiene que revisar su instalación de gas periódicamente, por su propia seguridad y la de sus vecinos, pero cuando solicita que pasen a inspeccionarla, la persona que atiende al teléfono, o la página web que registra las peticiones, le informa de que según nuestras bases de datos la inspección ya se ha efectuado. No es cierto. Nadie ha revisado su instalación, pero sus intentos por convencer a su interlocutor telefónico, o por modificar lo que tienen registrado en sus bases de datos será infructuoso. De nuevo, ¿no se siente impotente, incomprendido, injustamente tratado?, ¿no echa en falta la oportunidad de confrontar la verdad de los hechos, de razonar sobre el error, de proponer una alternativa, de buscar una solución con otra persona?

Y uno más. Acude a hacer la compra a una gran superficie (sic). Quiere comprar mandarinas. Ve una oferta de 4 kg por 4 €, pero están en bolsas de 2 kg cada una. Usted precisa un par de kg, cuatro le resultan demasiados. Coge una bolsa de 2 kg. Llega a la caja. La persona que le atiende pasa el código de barras y pretende cobrarle 2,50 € por la bolsa. Le argumenta que debieran ser 2 €, porque si 4 kg -como reza el cartel- son 4 €, dos kg deben ser 2 €. La contestación que recibe es que eso es lo que marca el código de barras. Usted trata de argumentar, sugiere coger otra bolsa de dos kg para que hagan los 4 kg, pero la respuesta que recibe es que le cobrará lo que le diga la pantalla, que ha de pagar 2,5 por cada bolsa y que no puede hacer nada por usted. Solicita que al menos cambien el cartel, o propone que pongan bolsas de 4 kg, pero no obtiene respuesta alguna. O paga lo que dice el ordenador, el QR, o deja las mandarinas. ¿Qué pasó con el arte de regatear, puro ejercicio de dialéctica, engaño y deseo inconsciente?

La brecha digital condiciona nuestra forma de pensar y puede afectar nuestras capacidades mentales. Al tratarse de un lenguaje nos remite a lo simbolizado por el mismo y debe estar conectado con la realidad de las cosas. Como cualquier lenguaje debiera admitir interpretaciones, contradicciones o dudas; sin embargo, el lenguaje QR -lineal, cerrado y completo-, no las admite, te echa fuera, te desconecta, punto final. Es un lenguaje dramático, no dinámico: lo tomas o lo dejas, aciertas o yerras, sí o no.

El lenguaje inteligente es dialéctico, propio de los seres humanos, y ha sido posible gracias al desarrollo del cerebro. Solo los humanos somos capaces de crear sistemas de comunicación complejos que llamamos lenguaje, en sus distintas variedades y como resultado adquirir conocimiento; pues bien, esta brecha actúa en sentido contrario a la creación del lenguaje, simplificándolo y empobreciéndolo. Y como consecuencia, puede llegar a afectar a la propia evolución del cerebro. Si hasta ahora hemos asistido a un crecimiento cerebral, tanto en términos de masa -600 gramos de peso- como funcionalmente -86.000 millones de neuronas interconectadas- para adaptarnos al mundo complejo en el que nos movemos, con la brecha digital el cerebro del ser humano puede involucionar.

Algunos pensadores creen que nos enfrentamos a una especia de dictadura. Si repasamos las características de cualquier dictadura –dominación, pensamiento único, certezas, voluntad suprema y caprichosa del líder- encontraremos similitudes con el lenguaje QR. Las dictaduras abusan del sinsentido, de la arbitrariedad y de la prepotencia, como sucede con el lenguaje QR convirtiendo a los sujetos en autómatas que siguen los dictados del GPS, del código de barras o del buscador de internet.

Un conductor empotró su vehículo en la entrada del metro porque su GPS le indicaba que por allí seguía la calle –leemos en un periódico-. Este es un ejemplo. Esta conducta real se llama empobrecimiento, automatismo, comodidad, involución mental, pérdida de capacidades para la orientación y el discernimiento.

IÑAKI ELLAKURÍA (EL MUNDO, 16.01.22), en su artículo Vuelva usted a la APP mañana, describe el papel de los comerciales telefónicos que quieren vendernos algo: “… Desde el momento en el que dejemos de ser el codiciado cliente de la competencia, …, se acabará la simpatía impostada del cortejo telefónico y empezará la dictadura del robot enlatado y de la App …”.

Estas características del lenguaje QR impuesto por las máquinas, empobrecen la comunicación y las relaciones interpersonales, como en el caso de la muñeca Tina. Allí donde la ironía, la agudeza, la inteligencia, o el manejo del lenguaje inteligente permitían crear espacios de comunicación verdaderamente gozosos y florecientes, hoy está desierto. Este lenguaje QR funciona como un tóxico y se extiende como mancha de aceite agrandando la distancia entre dos mundos, el que se pliega a su hermetismo e infalibilidad y el que se deleita con el pensamiento racional, la crítica, la duda y la intuición. Distancia creada por el abuso de un lenguaje creado por la tecnología.

Cada día la brecha es mayor. No tenemos más que fijarnos en los mensajes wasap, o en los contenidos de cualquier red social para confirmarlo. Vemos en ellos frases hechas, lugares comunes, dibujos o expresiones que se reproducen millones de veces sin que encontremos algo personal de quien lo escribe, vulgaridades. Y vemos comportamientos cada día más estereotipados y automatizados. ¿Podemos hablar de lo intersubjetivo con emoticonos? ¿No estamos asistiendo a una especie de modelado de las mentes, cual dictadura digital, a la que se apuntan millones de personas como apóstoles de un régimen que pone en riesgo la creatividad humana, los propios deseos, la autonomía y la libertad?

¿Verdad que echa en falta el arte de dialogar, de razonar, de enfadarse y de reírse, de enfrentar ordenadamente posiciones diversas frente a problemas cotidianos o complejos? ¿Verdad que faltan espacios de argumentación, tesis y antítesis que se modifican, se enriquecen, resuelvan o no el problema? ¿Verdad que el lenguaje es un maravilloso medio para discutir, sonreír, aclarar y amar? ¿Verdad que falta poesía y sobran QR?

de ser conscientes de las consecuencias que el lenguaje cerrado, que imponen las nuevas tecnologías, tiene en las relaciones humanas y en el conocimiento. Un problema de crecimiento o de estancamiento del ser humano y su cerebro.

He afirmado que no creo que la brecha digital sea un problema de edad, o al menos no exclusivamente, sino un problema de supervivencia, de ser conscientes de las consecuencias que el lenguaje cerrado, que imponen las nuevas tecnologías, tiene en las relaciones humanas y en el conocimiento. Un problema de crecimiento o de estancamiento del ser humano y su cerebro.

MIGUEL NICOLELIS, uno de los neurocientíficos más reputados del planeta, apuesta por el predominio del cerebro sobre las máquinas en su libro El verdadero creador de todo(Paidós). La materia gris, dice, es un ordenador orgánico sin rival en el mundo conocido. Y la llamada inteligencia artificial no es, para este científico, ni inteligente ni artificial, porque sólo son códigos que ha creado el hombre. La inteligencia evoluciona, no se puede programar. Y concluye: “¿Cómo puedes programar la intuición? ¿Cómo puedes programar el sentido de la estética o la percepción de belleza de Picasso o Miguel Ángel?”

Pero el peligro sigue presente. Amplias masas de personas –cada vez más numerosas- encuentran natural la forma de comunicación y de relación QR –lineal, cerrada, completa- y se pliegan a los dictados de los códigos de barras sin rechistar, sin darse la oportunidad de dudar, pensar, disentir y disfrutar de una alternativa intersubjetiva. En gran medida porque es un lenguaje dado, simple, cómodo y tranquilizador. Si esta tendencia se fortalece corremos el riesgo –dice el profesor NICOLELIS- de que el cerebro decaiga y se transforme en una máquina digital biológica.

Otras masas de seres humanos necesitan la discusión como arte de las relaciones humanas, esencia del vivir. Estas masas confían en que la brecha digital no se agrande hasta el punto de la ruptura y la incomunicación; alimentan la esperanza de que haya espacio para el lenguaje argumentativo. Pero a lo mejor no lo hay y en tal caso serán minoría, quedando excluidos, como vulgares y pobres analfabetos digitales, mendigando unas migajas con las que alimentar la dialéctica y la poesía.

Gracias por tu atención.
Florencio Martín

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