A comienzos de este S XXI se hablaba de brecha digital para designar la distancia que aparecía entre los jóvenes, aplicados al aprendizaje y el manejo de los ordenadores y las máquinas basadas en la informática y las telecomunicaciones más modernas y las personas de más edad, todavía adultas en plenas facultades, que tenían dificultades para acceder y utilizar de manera habitual las llamadas nuevas tecnologías.
Han pasado más de 20 años desde aquella apreciación. Las tecnologías de hoy están más desarrolladas, más sofisticadas, más generalizadas en la vida de todos nosotros. Los jóvenes las utilizan con una naturalidad asombrosa, pero es que las personas de más de 50 años también. Aquel temor por la brecha digital, en mi opinión, se ha diluido. ¿Era un miedo infundado?, ¿no existía tal brecha?, ¿habremos superado los obstáculos que impedían o dificultaban el acceso a las nuevas tecnologías a los de más edad?, ¿o el problema de la brecha digitalse encuentra en otra dimensión?
Mi planteamiento es que la brecha digital existe, se agranda, afecta a la vida de todos nosotros y tiene que ver con el lenguaje, las relaciones humanas y el conocimiento.