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Don Quijote de la Mancha, el obediente

“Yo soy contento de hacer lo que dices, Sancho hermano –replicó don Quijote-; y cuando tú veas coyuntura de poner en obra mi libertad, yo te obedeceré en todo y por todo; pero tú, Sancho, verás cómo te engañas en el conocimiento de mi desgracia.”

Sabemos que sin obediencia no hay convivencia y sin embargo, en nuestros días, obedecer no está bien visto; la rebeldía, la ambición, la impaciencia y el narcisismo colorean las relaciones humanas. Por ello quiero elogiar el valor y riqueza de la obediencia.

La obediencia es una virtud. Esa actitud amable, sincera y crédula ante la ley o la autoridad contribuye al desarrollo cultural y social, expresa confianza y crea un clima de condescendencia y sentimiento comunitario. Obedecer es creer en el “nosotros”,  someterse al nosotros, aún “olvidando” los propios deseos con la esperanza de que es el camino adecuado.

Obediencia y bondad

El Caballero de la Triste Figura, el personaje más libre, bondadoso, imaginativo y loco que ha creado la literatura universal, se somete al dictado de un gañán cuerdo que, además, está a su servicio.

Entendida la “obediencia” como actitud de sometimiento a lo que ordena una autoridad investida de legitimidad para mandar, sorprende aún más esta disciplina de don Quijote por cuanto que él, que es la “autoridad”, se pliega a la voluntad de su escudero, a quien inviste de autoridad. Don Quijote tiene sus razones para no obedecer a Sancho, sin embargo se somete a su dictado y suspende su juicio crítico.

“Obediencia” es un término más educativo y cultural que psicológico. Adopta diferentes apariencias como “sumisión”, “docilidad”, “disciplina”, “humildad” , “subordinación”, entre otras muchas. Obedecer es cumplir la voluntad de quien manda, sea una autoridad externa o interiorizada.

Aprendemos a convivir

Entre las teorías psicológicas, el conductismo explica la obediencia como aprendizaje de una conducta reforzada desde el nacimiento. Recibimos halagos y premios si nuestro comportamiento se adecua a lo esperable, según establecen las normas o las autoridades, que en la infancia son nuestros padres y educadores. Por el contrario, el sujeto es castigado si desobedece. Para esta escuela la obediencia contribuye a desarrollar la identidad y fortalece la autoestima del individuo.

Necesitamos protección

El psicoanálisis argumenta que la obediencia es consecuencia del miedo a la soledad que embarga a los seres humanos desde que nacemos. Este temor del que no somos conscientes –la angustia- genera en cada uno de nosotros la tendencia a plegarnos a lo que manda la autoridad, si no queremos perder su protección y amparo. La autoridad interiorizada en este caso es el Super-yo, -conciencia moral-, que es quien impone las exigencias y prohibiciones.

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Dos instituciones seculares, como la iglesia y el ejército, basan su existencia en la obediencia. El fraile, sacerdote o religioso en general, consagran su vida a Dios y fundamentan su entrega en la obediencia; el místico obedece los mandatos del Hacedor al punto que anula su voluntad y hasta a sí mismo como persona. El soldado raso o el general basan su profesionalidad en la obediencia al mando, garantía del orden y de la supervivencia de la organización. 

Somos seres sociables

Las relaciones sociales, al margen de la milicia y la iglesia, se fundamentan también y se desarrollan en la obediencia. Uno de los más destacados investigadores acerca de esta cuestión, Stanley Milgram, define la obediencia como el elemento más básico de la estructura social humana; condición necesaria para toda vida en comunidad. Para este autor, la esencia de la obediencia consiste en que la persona que obedece realiza los deseos de otro y por lo tanto no se considera responsable de sus actos.

Este aspecto de la responsabilidad es importante, ya que la llamada “obediencia debida” “ciega”, “absoluta” o “incondicional” vendría a eximir de culpa al que obedece, cosa que para autores como Karl Jaspers –refiriéndose a los alemanes que participaron en la II Guerra Mundial- negar la responsabilidad individual en el acto de obedecer es “…aquella mentira vital que hace creer que uno no ha obrado erróneamente en ningún momento…” 

Los sabios obedecen

Si acudimos a los clásicos, para San Agustín, la libertad que Dios da a Adán y Eva está condicionada a una regla: no comer del árbol prohibido. Su desobediencia es la causa de todos los males y enfermedades que sobrevienen al ser humano desde entonces. Teresa de Jesús escribe sobre ella misma, pero su reivindicación es la obediencia, como anulación de la voluntad propia y negación de todo “yo”. En esto es una perspicaz psicóloga. Para ella, “…la obediencia todo lo puede, y ansí haré lo que vuestra señoría manda, bien u mal”.

El ciudadano, según Aristóteles, debe saber ejercer el poder y saber resignarse cuando recibe una orden. Dos actitudes contrapuestas y complementarias. En este sentido, entre los griegos, la obediencia a la ley permite construir un espacio público donde los ciudadanos se relacionan entre sí como iguales. Y Tomás de Aquino, entiende la obediencia como virtud racional, y como talincluye excepciones: cuando una orden contradice el orden superior –la ley- y cuando el superior ordena algo fuera de su competencia.

Obediencia y ciencia

Para la psicología social, que estudia la interrelación del individuo con los demás sujetos, sea en grupos o colectivamente, o para la sociología, la obediencia es un derivado del sentimiento del grupo,  del orden social y de la necesidad de garantizar su permanencia, que se logra imponiendo el acatamiento a la autoridad y las leyes, incluso coactivamente.

La pedagogía y la educación son, tal vez, las ciencias que más empeño han tenido en investigar la obediencia como pilar en el que se sustenta de transmisión de valores, conocimientos, habilidades y creencias, herramientas con las que nos movemos los seres humanos para adaptarnos a la realidad.

La obediencia es responsabilidad, respeto y conciencia plena. Es un acto de libertad, de madurez, de autonomía, -como hace don Quijote- que enriquece, en vez de restar o anular, los demás valores. Es también confianza en quien se ha ganado la “auctoritas” -poder socialmente adquirido para emitir opiniones cualificadas- para dar la orden y, aunque no la tuviera,  el que obedece se resigna y se complace en cumplir su voluntad.

Obedecer con amor y humildad

El ser humano tiene tanto derecho como deber de sentirse libre, espontáneo, social, único, creador y obediente en su realización como persona. Y el amor, la amistad, la sinceridad, la valentía, la concordia y la humildad –como en el caso de don Quijote- serán otros tantos valores que adornan la virtud racional de la obediencia.

¿Qué hacemos con el virus?

Estamos viviendo estos días una crisis mundial que conocemos como COVID-19, en que la enfermedad por contagio que produce, las secuelas físicas y psicológicas crónicas que deja, los efectos económicos y sociales derivados y, finalmente, las muertes que causa están relacionados directamente con que las personas obedezcan las instrucciones razonables que dan las autoridades. ¿Quién puede dudar del valor de la obediencia en estas circunstancias? ¿Quién desobedecer? ¿Quién ignorar que la obediencia puede ahorrarnos dolor y sacrificios y ganar vidas? ¿Quién, en fin, anteponer el libre albedrío, el inconformismo, la indisciplina y la desobediencia?

La obediencia es razón, que se mueve por amor o por temor. Sin obediencia no hay convivencia.

Gracias por tu atención.

Florencio Martín
tresmandarinas.com

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