VII. HABITOS ADICTIVOS
Abordo aquí los hábitos adictivos como uno de los síntomas (6º y último) del malestar de la cultura actual. Si recuerdas inicié este hilo de pensamiento, que he reunido bajo el título genérico de CULTURA Y MALESTAR, dando una panorámica general en la primera entrega sobre la cultura y el entorno que envuelve nuestra forma de vida. Enumeré a continuación los seis síntomas que considero característicos del malestar que nos aqueja como sociedad. En la segunda entrega me centraba en la violencia (1º) como una de las señales patológicas de nuestra sociedad. En la tercera, apuntaba al individualismo (2º), en sus numerosas versiones. En la cuarta exponía algunas observaciones sobre otro de los rasgos característicos que reconocemos en cualquier momento y lugar que es la urgencia (3º). En la quinta, reflexioné sobre el ruido (4º) en su sentido literal, simbólico y figurado como manifestación reactiva de lo que podemos denominar el silencio de la soledad. En la sexta entrega me ocupé del papel que juega en nuestra forma de vida la negación o el rechazo de lo simbólico y lo subjetivo (5º). Esta es la séptima entrega de CULTURA Y MALESTAR.
Las conductas o hábitos adictivos ensombrecen nuestro estilo de vida. “Se originan sobre la base de conductas habituales, perfectamente normales y saludables -alimentación, bebida, entretenimiento, relaciones sociales, sexuales y laborales, juego, compras-, lo que las convierte en patológicas son la cantidad y la cualidad de las mismas, es decir el sentido que adquieren para la persona afectada”, decíamos en nuestro blog hace algún tiempo y añadíamos, “lo esencial de los hábitos adictivos es que el enfermo pierde el control sobre la actividad elegida y continúa con ella a pesar de las consecuencias adversas que le produce, interfiriendo gravemente en su vida cotidiana (laboral, social, familiar, de pareja). La vida gira, ansiosa, en torno a la adicción”.
La sociedad actual es adicta como lo ponen en evidencia algunos datos. El Informe Mundial sobre Drogas de la OMS (junio 2021) señala que “alrededor de 275 millones de personas usaron drogas en todo el mundo durante el 2020”. Hablamos de cannabis, opioides, anfetaminas y otras sustancias psicoactivas. Se prevé que el número de personas que consumirán drogas en África aumente en un 40 % para 2030. En cuanto al alcohol, en 2016 –según la OMS- el consumo total de alcohol puro por habitante en la población mundial de más de 15 años alcanzó el nivel de 6,4 litros per cápita. Los mayores consumidores se encuentran en Europa. La Unión Europea cuenta con la tasa más elevada -10,2 litros de alcohol puro por persona y año, equivalente a 80 litros de vino o 200 litros de cerveza-. Las previsiones de futuro empeoran estas cifras.
Este tipo de adicciones son sólo una parte, la más tradicional. ¿Significa que puede haber conductas aditivas sin sustancias? Sí. En este siglo XXI cobran cada día mayor importancia los hábitos o conductas adictivas no vinculadas a sustancia alguna, sino a actividades como los juegos de apuestas, el uso de Internet en general y las redes sociales en particular, las compras compulsivas, la adicción al sexo y al trabajo, diagnosticadas como conductas igualmente adictivas, tanto por la clínica como por la afectación de la vida social, laboral y familiar de quienes las padecen.
El juego patológico fue reconocido como una conducta adictiva en 1980 por la Asociación de Psiquiatría Americana en atención tanto al descontrol que impone al sujeto que la padece como a las consecuencias calamitosas en lo personal, lo profesional y lo familiar, que trae consigo. Destacan las máquinas tragaperras y la lotería como modalidades más adictivas. Suele ser –como todas las adicciones- señal de otros padecimientos como la depresión –con la que correlaciona entre un 34 -78 % de los casos-, la ansiedad –correlaciona entre un 28 – 40 % de los casos y el TOC –un 17 % de los casos-. La tasa de jugadores patológicos con más de 18 años en España, está estimada en un 1,5 % (615.000 personas) y la de jugadores problema en un 2,5 %, (1.025.000 personas) (Becoña, Labrador, Echeburúa, Ochoa y Vallejo. 1995). Sólo los jugadores en máquinas tragaperras representan entre el 1’2 % y el 1’3 %. (Becoña, 1999).
Internet es otra fuente de adicción y, por tanto, de riesgo para la salud mental. La conducta adictiva a Internet (CAI), o ciberadicción, también conocida como trastorno de adicción a internet (internet addiction disorder, IAD) sigue el mismo patrón de comportamiento que los demás hábitos adictivos. En 2014 se publicó un estudio en Cyberpsychology, Behavior and Social Networking que analizaba datos de 31 países, en los que se había evaluado a más de 100.000 personas, mostrando que alrededor del 6 % de la población cumplía los criterios para ser diagnosticado de adictos a Internet. La mayor tasa está en Oriente Medio con el 11 % (45 millones de afectados); le sigue EE.UU. con el 8 % (26 millones); China, India y Corea del Sur con el 7 % (198 millones) y Europa con el 6 % (27 millones). Sólo en España habría más de 2,5 millones de ciberadictos o IAD.
Las redes sociales (RRSS) constituyen un vehículo de comunicación instantánea con alcance mundial, al punto que se han convertido en la fuente de información y divulgación preferida por mandatarios, empresarios, científicos y por anónimos ciudadanos. Su uso controlado hace de ellas instrumentos de enorme valía para la humanidad. Sin embargo, su abuso, como el de cualquier otra sustancia o actividad, puede convertirlas en muy peligrosas. Entre sus usuarios los más vulnerables son los adolescentes.
Las RRSS constituyen un peligro cuando en vez de emplearse como medio se convierten en un fin. Son fin en sí mismas cuando el usuario no controla su uso, cuando generan un perfil de persona, mediante algoritmos, que el sujeto no es capaz de modificar, sino de seguir pasivamente, cuando de forma automática y programada atribuye recompensas, dicta sentencias, impone conductas y genera estados de opinión y de ánimo al margen del sujeto que las utiliza. Son un riesgo para el sujeto que no es capaz de salir de ellas, de independizarse de ellas. El adicto a las RRSS no puede estar ni un minuto sin interactuar con sus seguidores, recibiendo “me gusta” o “no me gusta”, sufriendo con ansia y desasosiego lo que le depara cada minuto de su día, en términos de aprobación o rechazo.
Este “sin vivir” en que se convierten las RRSS causan adicción y sufrimiento como cualquier otra conducta adictiva, como la heroína, por ejemplo. Y son reflejo del malestar de nuestra cultura afectando hoy día especialmente a los adolescentes, los jóvenes y los niños. El futuro, según los estudios prospectivos, es aún más negro que el presente: cada vez habrá más adictos a las RRSS, a Internet y a los juegos on line. Todo ello prueba lo endeble que se ha conformado la estructura mental de muchos niños que al llegar a su adolescencia claudican en su evolución descuidando las relaciones sociales, las obligaciones académicas, las actividades recreativas, su descanso, su higiene y su salud, siendo gran parte de la responsabilidad de sus padres. Pero también es una demostración de la inmensa fortaleza de los entes que dominan Internet y las RRSS; empresas e instituciones poderosísimas, omnipresentes en la vida diaria de la población mundial. Todo ello evidencia, en fin, lo vulnerable e inane que se vuelve el ser humano individual –y aun colectivamente- ante situaciones como la que nos describe esta noticia:
“El pasado 4 de octubre Facebook, Instagram y WhatsApp sufrieron `… la peor caída total de su historia reciente, que afectó este lunes a … aproximadamente 3.500 millones de personas ―aproximadamente la mitad de la población mundial― que las utilizan´”. (EL PAIS 4.10.2021).
Pensado con calma produce escalofríos imaginarnos que alguien, en algún lugar del planeta puede conectar o desconectar nuestras vidas en cualquier momento. Y pone en duda los principios que han dado origen y regido hasta ahora la constitución de la propia cultura, a saber, el otorgamiento de los ciudadanos a los estados, a sus líderes, de la responsabilidad de protegernos y garantizar nuestra integridad, nuestra libertad y nuestro desenvolvimiento como personas.
Hay que añadir algo más en esta forma de adicción, desconocida hasta ahora, y es que en las RRSS nuestra personalidad real desaparece para transmutarse en el perfil ficticio que nos hemos fabricado o que nos han atribuido otros. Estamos conectados como personas concretas, pero nuestra biografía, nuestra identidad y nuestra imagen dejan de ser reales y se hacen virtuales pasando a formar parte de una constelación de sujetos sin alma. No somos nosotros. No hay presencia, ni contacto de piel, ni olores, ni gestos delatores de lo que ocultamos o queremos mostrar sino una entidad virtual que oculta o vela la identidad real, lo que conduce a un terreno, el digital o telemático, donde la vinculación es una sombra de la realidad y como tal engendra vínculos “como si”, irreales. El “otro” es igualmente inexistente, líquido, transparente, virtual o como queramos llamarlo. En esta no-vinculación cuando alguien abandona la red no es “llorado”, nadie le echa en falta, ni siente que algo suyo se fue para siempre. No existe pérdida, ni duelo.
Gracias por tu atención.
Florencio Martín
tresmandarinas.es