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CULTURA Y MALESTAR EN LA SOCIEDAD ACTUAL. De la crisis generacional a la depresión

(IV) UN SINVIVIR

En la segunda entrega de CULTURA Y MALESTAR me centraba en la violencia como una de las señales patológicas de nuestra sociedad. En la tercer apuntaba al individualismo, en sus numerosas versiones, como síntoma del malestar actual. Hoy traigo unas observaciones sobre otro de los rasgos característicos patológicos que todos reconocemos al instante: la urgencia, ese constante sinvivir.

La necesidad imperiosa de inmediatez en el momento de hacer algo, que conocemos como “urgencia”, persigue alcanzar una meta, resolver un problema o dominar condiciones que impone la naturaleza en el menor tiempo posible. Forma parte del devenir cotidiano, es saludable y oportuna si se mueve en un rango adaptativo; pero es fuente de malestar, sinónimo de angustia, cuando sojuzga la voluntad, domina al sujeto, contamina su capacidad de pensar, sentir o actuar y le produce infelicidad.

La urgencia se mueve en los dominios del tiempo y del espacio. Cuando invade nuestras vidas, imponiéndose, se convierte en una autoridad insufrible, en un incordio permanente. Entonces, ¿no es una señal de alarma, de ansiedad y malestar?

La urgencia aparece en el estilo de vida moderno desde que nacemos. A los infantes se les pide rapidez, que aprovechen el tiempo, que aprendan pronto, maduren pronto, que no se entretengan. Todo tiene que ser más rápido, hacerlo en menos tiempo, más deprisa y sin pausa. Las actividades productivas se guían por ese patrón. Las máquinas, sustitutas del ser humano en tantos quehaceres, cada vez son más veloces y no descansan en ningún momento. Si hemos de trasladarnos de un lugar a otro, cualquier tiempo empleado en el desplazamiento nos parece excesivo y tiempo perdido, causándonos desasosiego, nerviosismo y malestar. Queremos alcanzar pronto la meta en vez de solazarnos con el recorrido y sus encantos o las sorpresas de todo proceso.

Se considera una señal de inadaptación, rareza o desequilibrio “hacer nada” o recrearse en la contemplación y la espera, disfrutar del silencio, la soledad y la quietud

Se considera una señal de inadaptación, rareza o desequilibrio “hacer nada” o recrearse en la contemplación y la espera, disfrutar del silencio, la soledad y la quietud. No es admisible que los resultados perseguidos en cualquier ámbito social, laboral o educativo se alcancen dentro de unos años, o unas décadas. Los industriales necesitan producir y sacar beneficios cuanto antes. Los fondos de inversión –bombas de desarrollo económico- trabajan a cuatro o cinco años vista, necesitan recoger beneficios pronto. Los responsables de la educación quieren conformar las mentalidades de los educandos en unos pocos años, una década como mucho. Los anuncios en la televisión sintetizan en una imagen y unos pocos segundos, lo que necesitaría ser contado con tiempo y palabras.

Un caso paradigmático de la urgencia como síntoma del malestar, lo vemos en nuestra relación con la tecnología. Nuestros ordenadores cada día son más rápidos, hacen las tareas que se les pide “instantáneamente”, como si el tiempo no existiera y nuestro pensamiento y el actuar de la máquina fueran un mismo acto simultáneo, pero les seguimos exigiendo más, mucho más. Necesitamos conocer al instante lo que sucede o lo que existe en cualquier parte del mundo, sobre cualquier materia pasada, presente o futura. Necesitamos comunicarnos con otras personas al instante, estén como estén, sea oportuna o inconvenientemente. Cuando enviamos un correo electrónico o un wasap esperamos contestación de forma inmediata, de manera que si trascurren unos minutos nos sentimos desatendidos y angustiados. A tal punto esta ansiedad es pandémica que se ha introducido en nuestras vidas sin distinguir clase social, edad, territorio, raza, sexo, ocupación ni ideología.

Vivimos como si pudiéramos alcanzar todo al instante, negando que el tiempo y el espacio tienen sus leyes y de esta fantasía de inmediatez frustrada nace el desasosiego. La urgencia es la angustia actuada en el hacer, el llegar, el conseguir.

La urgencia provoca estados de ánimo alterados cuando la rapidez que se persigue o se espera no se acompasa con la realidad. No es que las máquinas, los transportes o la web sean lentos, es que el virus de la urgencia no conoce límites –como la angustia misma- y cualquier espera es una fuente de malestar.  La espera causa frustración. Vivimos como si pudiéramos alcanzar todo al instante, negando que el tiempo y el espacio tienen sus leyes y de esta fantasía de inmediatez frustrada nace el desasosiego. La urgencia es la angustia actuada en el hacer, el llegar, el conseguir.

Paradójicamente, frente a la urgencia y su malestar, la sociedad actual malgasta su tiempo más que cualquier otra. El tiempo que dedica cada persona a las redes sociales es dos horas y media al día como media, -más de 4 horas diarias en el caso de Filipinas- y a la televisión los españoles dedicamos una media de cuatro horas y media diarias –más de 100.000 horas a lo largo de una vida; 4.200 días; más de 11 años “… sin ver pasar el tiempo…” parafraseando lo que dice la canción-.

Muchas gracias por tu atención.

Florencio Martín
tresmandarinas.es

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