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Psicoterapia

A un paso de ser adulto

En El tambor de hojalata, GÜNTER GRASS inventa una historia delirante, grotesca e irreverente para denunciar el sinsentido de las guerras. Cuando tiene tres años de edad Oscar, su protagonista, decide que no quiere crecer más, desea permanecer en un cuerpo de niño y repudia entrar en el mundo adulto como protesta y autoprotección al temor a ser mayor.

Si quitamos lo esperpéntico de algunas situaciones, esta historia refleja la negativa o la incapacidad de ciertas personas para crecer y hacerse adultas contraviniendo la evolución natural y estancándose en cualquiera de las etapas por las que debiera pasar su desarrollo. La adolescencia, esa antesala de la etapa adulta, es la última que hay que recorrer para completar una evolución saludable.

Entiendo la adolescencia enquistada como el estado en que quedan muchas personas, que han paralizado su evolución natural, bien por temor –inconsciente- a las consecuencias de hacerse adulto, o como consecuencia de una infancia infeliz.

¿Por qué se frena la evolución en la adolescencia? ¿cuáles son las razones de que energías provenientes de nuestro sustrato biológico sean neutralizadas por lo psíquico?, ¿qué fuerzas oponen tal resistencia a desarrollar todo el potencial que tenemos como personas?, ¿qué se gana con ello?, ¿podemos cambiarlo?

En la adolescencia dejamos de ser niños para enfrentarnos a la vida adulta, asumir sus consecuencias y disfrutar de las oportunidades que nos ofrece la madurez. Se trata de un momento durante el cual el sujeto abandona el núcleo familiar –en términos psicológicos de apego- para abrirse al exterior; podemos decir que pasa de lo endogámico a lo social. Lo hace oponiéndose a sus progenitores. Esta es una primera dificultad a crecer, el miedo a vivir a la intemperie.

De otra parte, en este proceso se juegan otros intereses como el ser social, que implica dejar atrás al “yo” y abrirse al “nosotros” o a los “otros”. Este pasaje de renuncia narcisista –concentración en uno mismo- genera incertidumbres y su correlato de angustia y temor que muchos adolescentes no soportan, porque han de enfrentarse a otros que pelean por el mismo espacio y similares objetivos. Y también han de colaborar y renunciar a sus preferencias en beneficio de otros. Es lo que podríamos llamar miedo a la confrontación-colaboración.

Otro requisito de madurez que está en juego es el “homo laboriosus”. El trabajo, el desempeño de un oficio, dignifica a la persona y da derecho a ser considerado adulto. El adolescente fantasea con una profesión y unas aspiraciones laborales que le proporcionen ingresos para vivir autónomamente, a la vez que prestigio social. Pero algunos sujetos dudan si podrán alcanzar las metas, temen fracasar o se identifican con la imagen de “generación sin futuro” que difunden los medios. De este modo renuncian al esfuerzo y sacrificio que requiere todo proyecto nuevo y el adolescente se queda paralizado, empleando sus energías en lamentarse en vez de luchar. Un lamento que le produce episodios de tristeza y depresión, frecuente en estos sujetos. Renuncia a andar mi camino.

Un cuarto escenario a considerar es el del compromiso en un proyecto reproductivo y de convivencia. Los impulsos vitales de origen biológico provocan la necesidad de procrear y, como seres sociales, sentimos el deseo de formar un nuevo núcleo de convivencia, diferente del que procedemos, basado en el afecto, la confianza, la atracción, el respeto, la colaboración y el apoyo mutuos. En este aspecto numerosos adolescentes y jóvenes no quieren complicaciones, compromisos, ni proyectos de convivencia que exijan lealtad, fidelidad y apuesta a largo plazo. Prefieren la inmediatez y el sentirse libres, es decir la satisfacción pulsional narcisista libre de responsabilidades. Rechazo al ser reproductivo y a la vinculación.

La sexualidad, tan vinculada a la propia identidad, es un quinto aspecto en el que se juega la madurez. Muchos adolescentes no saben qué son ni qué modelo imitar, cómo comportarse frente a los demás como sujeto sexuado, ni cómo sentirse a gusto consigo mismos. La incertidumbre propia de esta etapa respecto del sexo propio; la ambigüedad con que aparecen las atracciones de contenido sexual; el temor a “no estar a la altura” respecto del otro sexo; la ambivalencia o, incluso, la tendencia actual a ser “original” o seguir la moda,  alimentados por mensajes engañosos acerca de la identidad sexual, llevan a muchos adolescentes a la confusión y a asumir su sexualidad –y por tanto su identidad- como sujetos bisexuales, indefinidos, homosexuales, multi-sexuales, indiferentes, de sexualidad líquida, no binarios y algunas otras variantes como la de “sin género”. Temor a la identidad sexual.

Estas manifestaciones de la adolescencia enquistada tienen unas causas y están relacionadas con el pasado infantil del sujeto. El adolescente que ha sido privado de la función paterna o materna en sus etapas infantiles, o que ha experimentado violentas relaciones entre sus progenitores –guerra familiar-, o se ha criado en una trama familiar caótica sufre una herida en su identidad que puede ser la causa del enquistamiento evolutivo en su adolescencia, dando lugar a reacciones como la de Oscar de GÜNTER GRASS.

El adolescente enquistado, que aparece dentro de un cuerpo de adulto, sufre la incomprensión de los demás, vive en pelea y enfrentamiento permanentes con lo que le rodea –especialmente su familia- y no halla el sosiego que proporciona una identidad placentera y creadora. Su drama es el inconformismo, no se conforma con lo que fue –niño-, ni con lo que debiera ser –adulto-; en realidad se queda en la inacción, aislado y deprimido. De esta situación puede salir si asume lo inútil de enfrentarse a todo, en especial a la autoridad, y la arrogancia de sus aspiraciones: ni va a ser diferente, ni tampoco igual a sus progenitores. Ha de sentir la angustia de vivir sus propias contradicciones y limitaciones.

Una experiencia psicoterapéutica ayuda, sin duda alguna, a desatascar esta parálisis, removiendo los obstáculos que impiden el desarrollo del adolescente hacia la etapa adulta. Vivenciar en el espacio terapéutico las emociones, los miedos y las fantasías que conforman ese “cuerpo extraño” que ha paralizado la evolución es necesario y muy conveniente.

Varias circunstancias hoy día contribuyen a la parálisis del desarrollo en esta etapa. El narcisismo que caracteriza la adolescencia enquistada se ve favorecido por las nuevas tecnologías que permiten, invitan y premian el “milagro google” y la conexión con el mundo virtual, creando la fantasía de estar comunicados, relacionados y laborando con los demás. La realidad es que el adolescente está encerrado en sí mismo, frente a su pantalla.  Sólo oye, lee o ve una parte ínfima de los otros y los otros de él; su presencia, su olor, su contacto, su totalidad y lo que le rodea están velados u ocultos, dificultando el desarrollo evolutivo.

Por otro lado, la escuela cumple una función socializadora insustituible, continuando la realizada por la familia. Proporciona al adolescente un lugar y unas experiencias de aprendizaje, juego, convivencia y afecto que son necesarias para crecer. Ello debiera tenerse en cuenta a la hora de aplicar la formación “on line” u otras fórmulas de enseñanza que evitan el contacto físico. “Aprobar” y “suspender” en presencia de los demás son reglas del juego adulto.

En épocas pasadas, el adolescente lidiaba en el espacio público con los iguales, los descubría, los enfrentaba, perdía y ganaba frente a ellos. La calle o el parque eran la otra escuela de socialización; el adolescente actual encuentra dificultades para disfrutar de estos entornos a los que en ocasiones se les adjudica el adjetivo de “peligrosos”.

Para concluir, en términos energéticos el sujeto que llega a la adolescencia con pesadas cargas de su infancia –muchas de ellas inconscientes-, en vez de desplegar sus energías hacia proyectos y objetos externos, en relación con los demás, las repliega obre sí mismo para protegerse, enquistándose. Su comportamiento caprichoso, inmaduro e infantil le puede proporcionar réditos, pero tiene un elevado coste en el presente, le impide convertirse en adulto, se hace dependiente de alguien y con el tiempo puede sufrir alteraciones en su estado de ánimo.

Gracias por tu atención.

Florencio Martín.
tresmadarinas.es

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