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Ausencia de límites y sus consecuencias

En Historias del Kronen (1995), Montxo Armendáriz cuenta las vivencias de un grupo de jóvenes, inmaduros, desorientados y sin futuro que buscan vivir cada momento al máximo riesgo, abusando del alcohol, el sexo, la velocidad y las drogas.

Lo cierto y real es que los límites aseguran nuestro bienestar y nuestra convivencia; la ausencia de límites, por el contrario, conduce a la locura, a la falta de libertad o a la muerte.

Los límites son barreras, dificultades objetivas o subjetivas que nos impiden seguir por el camino que hemos emprendido. Unos límites objetivos y externos los encontramos en las leyes, en la presencia de agentes de autoridad, en la alambrada que protege una finca o en la puerta que nos impide pasar. Los límites externos u objetivos nos paran y nos frustran. Pero los límites más eficientes son los subjetivos, aquellos que el individuo ha creado o interiorizado en su experiencia personal. El caso más evidente es la conciencia de autoridad y el deber moral. Cuando un sujeto ha interiorizado la figura de la autoridad y de lo que está bien o mal, como agentes que limitan sus movimientos, su libertad o su pensamiento es cuando los límites están asumidos y son eficientes.

Aunque conociéramos todas las leyes, su cumplimiento estricto resultaría imposible. Pero no lo es saber que hay cosas que se pueden hacer y otras que no; es decir que hay unos límites que tenemos que respetar. Esto, además de posible es necesario para alcanzar un equilibrio y madurez personal. Es imposible contar con tantos policías como personas para evitar que nos saltemos las normas.

Pero la educación, sobre todo la que se adquiere en los primeros años de vida, conviviendo con las personas que nos cuidan, nos protegen, nos quieren y nos exigen, es el método más universal, seguro y eficaz para conseguir que todas las personas asumamos que hay unos límites que no podemos traspasar.  

Si se trata de un método seguro y universal, de un camino que recorren todos los infantes en cualquier parte del mundo y en todas las épocas, ¿cuáles son los elementos que contiene?, ¿cómo se produce tal interiorización o aprendizaje? ¿qué sucede si el método falla y no adquirimos o nos saltamos los límites?

Las primeras experiencias infantiles tienen una importancia extraordinaria en la conformación de la personalidad. El sujeto recién nacido lo capta todo, lo experimenta todo, se ve influenciado por todo y va superando etapas que lo ayudan a madurar. Cada una de ellas deja una huella muy profunda en su ser. Especialmente significativas son las experiencias que tiene con las personas cercanas; de entre ellas, quienes ejercen los papeles de madre y padre. Según sean estas vivencias la infantil criatura ira conformando una personalidad confiada, segura y equilibrada; o bien, miedosa, lábil y angustiada. Unas y otras criaturas han de confrontarse pronto con el aprendizaje de los límites.

Desde el punto de vista de las teorías cognitivo conductuales dicho aprendizaje se adquiere por repetición, de una forma natural y sencilla, primero dentro de la familia y posteriormente con la acción educativa de la escuela. Si algo está prohibido se castiga; en tanto que si está permitido se premia. De esta forma, ampliando el campo de actuación del sujeto, en relación con el entorno y con las personas que lo rodean, irá enriqueciendo su conocimiento de lo permitido y de lo prohibido –los límites-. Y, a consecuencia de la repetición, sus conductas quedarán fijadas para toda su vida configurando una personalidad determinada.

Desde el punto de vista psicodinámico el aprendizaje de los límites se adquiere cuando el sujeto infantil vivencia, inconscientemente, que no puede satisfacer todas sus aspiraciones y pulsiones, encontrando impedimentos para ello. Estas dificultades las ponen las personas que lo cuidan y lo quieren, lo que le resulta paradójico. Además, siente que, si persiste en saltarse los obstáculos interpuestos entre su deseo y la satisfacción, quedará amenazada su integridad psíquica. Los sentimientos de impotencia, castración o frustración que nos acompañan a lo largo de la vida son la evidencia de que el sujeto ha comprendido que existen límites.

En la adolescencia se manifiesta con mayor claridad la asunción o no de los límites, de manera que el sujeto que no los ha interiorizado en esta edad sentirá que todo es posible o permitido, el desafío a las normas y a la autoridad, la transgresión de los derechos de los demás, el caos, la anomia y las conductas perversas son su manera de estar en sociedad, como refleja “Historias del Kronen”. Llevado al terreno sociológico o cultural su trascendencia es evidente.

El sujeto que no ha interiorizado los límites no tiene conciencia de los derechos y el respeto que merece el otro. Sus conductas se guían por la satisfacción de los impulsos más primarios y ni los usos y costumbres, ni las leyes, ni la autoridad, ni los castigos le convencen de la necesidad de controlarse.

Este tipo representa a personas peligrosas para los demás y para ellos mismos, como pone de manifiesto la película de Armendáriz. En su comportamiento habitual maltratarán a sus próximos, causándoles daño, o protagonizarán conflictos laborales y sociales queriendo imponer su voluntad a todo el mundo. Pero también se arriesgan ellos puesto que en algún momento el reproche público y el peso de la ley les puede conducir a la pérdida de su libertad, cuando no a encontrarse con la imposición de los límites por parte de otros más fuertes que ellos.

Uno se puede saltar los límites adquiridos, sabiendo que están ahí. Es algo normal, generalizado y saludable. Todos, en alguna circunstancia particular, hemos hecho oídos sordos a lo que la conciencia nos dicta –la autoridad, el deber, la ley- asumiendo u obviando que el incumplimiento de la norma puede traer consecuencias desagradables en forma de multa, culpa o pena, pero lo preferimos. Elegir saltarse los límites es una opción de libertad y en esa decisión debe estar incluida la posibilidad del castigo merecido. La persona que sobrepasa los límites asume responsablemente su acción, da satisfacción a su necesidad o a su capricho, imponiendo su voluntad a su deber, pero sabe diferenciar entre lo posible –la existencia de límites- y lo deseable –lo ilimitado- Y este juicio de realidad le permite moverse en un terreno de alternancia entre la renuncia y la satisfacción. En el terreno de la madurez.

Los límites nos los impone, en fin, la propia naturaleza. Una de las experiencias más humanas es la del dolor y el dolor pone límites a nuestra vida. El dolor no sólo es físico, sino también psíquico. Cuando la sociedad evita o niega el dolor, lo neutraliza –o cree neutralizarlo-, se sitúa imaginariamente por encima o fuera de lo real, es decir no asume un tipo de límites que afecta a muchas personas. Esta circunstancia puede conducir a una sociedad tan inconscientemente perversa que cree que lo puede todo, lo quiere todo y hasta lo merece todo. Como si los límites no existieran.

Mitigar las limitaciones que impone el sufrimiento, la frustración, la vejez o la enfermedad, utilizando cualquier remedio que la ciencia pone a nuestra disposición, es una aspiración razonable del ser humano y a ello se han dedicado y se dedicarán las mentes más brillantes. Pero es, precisamente, porque reconocieron los límites impuestos e injustos se esmeraron en eliminarlos, permitiendo que el dolor desapareciera con los analgésicos. Por el contrario, negar la existencia de esos y otros límites nos habría colocado en la fantasía de la omnipotencia y sobre ella cabalgar alejados de la realidad, hasta hacernos besar la lona del cuadrilátero un día cualquiera.

Gracias por tu atención.

Florencio Martín
tresmandarinas.es

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