Edvard Munch, pintor expresionista noruego del siglo XX, es el autor del cuadro El grito. Esta obra fue creada una tarde en que, paseando con dos amigos, el pintor entró, de súbito, en un estado de pánico y sintió que el cielo, enrojecido, le engullía.
No era la primera vez que sentía angustia, pues “enfermedad, muerte y locura fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y, desde entonces, me han perseguido durante toda mi vida”, -confesaba a sus conocidos-.
Este no es un caso excepcional. Escritores, músicos, filósofos, bailarines, escultores, actores, futbolistas, de ayer y de hoy, han vivido o viven existencias lastimosas. En la mayoría de los casos, episodios menos graves o temporales, pero con frecuencia -como Munch- estados calamitosos y crónicos.
Las afecciones mentales no son patrimonio de famosos, sino pan de cada día del común de los mortales. 300 millones de personas en todo el mundo padecen depresión, según la OMS, que sitúa a España en el cuarto país de Europa con más casos, llegando a afectar a más de 2 millones de personas. Lo que diferencia a unos de otros es la capacidad u oportunidad de pedir ayuda y de contar con ella: En tanto que las personas de éxito y con recursos tienen la posibilidad de acudir a un especialista o a varios, el sujeto anónimo y empobrecido, al daño de la enfermedad añade la dificultad de contar con ayuda profesional. Pero unos y otros, famosos y sujetos anónimos, soportan la losa del estigma que a la enfermedad mental se asocia. Y esta es una de las razones por las que se elude la atención psicológica y se alimenta la desatención.
El estigma era, entre los griegos, una marca o señal en el cuerpo impuesta con hierro candente que marcaba a los esclavos y a los indignos. Hoy, la marca se aplica –entre otras- a las personas afectadas por temores exagerados, problemas de relación con los demás, hábitos adictivos, cansancio vital, tristeza, aquejadas, en fin, por sentimientos de angustia, desvalimiento y miedo. Es una marca invisible en su cuerpo, pero igualmente profunda e indeleble.
La enfermedad mental, la angustia, la tristeza, la incomodidad de vivir, son realidades que han sido descritas de muy diferentes maneras a lo largo de la historia, casi siempre de forma negativa; de modo que toda conducta humana que se salga de la normalidad va a ser marcada o etiquetada, por la sociedad del momento, como extraña o como enfermedad mental.
Las etiquetas darán paso a las clasificaciones y ordenaciones, en función de los rasgos distintivos, para imponer una lógica a la multitud de conductas diversas. De este modo, descrita, etiquetada y clasificada cada conducta anormal, sólo queda darle el valor social correspondiente. Aquí es donde se impone el estigma, más o menos grave, que en todo caso conlleva descrédito, desvaloración, supuesta peligrosidad para la paz social, desconfianza e incapacidad de relacionarse y de trabajar.
Lo peor del estigma, sin embargo, no es que a la persona se le atribuya tener riesgo de ser violento, peligroso, impredecible o antisocial; lo peor es que se lo crea. El 40 % de los enfermos mentales han asumido el estigma, padecen autoestigma, lo que les coloca en una posición de baja autoestima, culpabilidad y, en consecuencia, difícil curación. Esta es una verdadera barrera infranqueable para la sanación.
La familia y los profesionales de la salud tampoco contribuyen a cambiar esta triste realidad; al contrario, los estudios ponen en evidencia que tanto la familia como los profesionales asumen frecuentemente el estigma, y su daño en la persona enferma, como normal cerrándose de este modo el círculo de la desesperanza.
Los “ángeles negros” de Munch, que velan y persiguen durante toda la vida al que sufre algún trastorno psíquico, pueden tener la oportunidad de expresarse en un espacio-territorio psicoterapéutico, para alivio del que los padece y de los que conviven con él.
tresmandarinas.es ofrece este espacio, acompañando a los pacientes-clientes, confiando en ellos, empatizando con su dolor y protegiendo su esperanza, sin juicios ni culpas, porque todo ser humano merece aliviar su pena y aspirar al bienestar que proporciona saberse dueño de su libertad e independencia.
Gracias por tu atención.
Florencio Martín
tresmandarinas.es