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CULTURA Y MALESTAR EN LA SOCIEDAD ACTUAL. De la crisis generacional a la depresión

VI. RECHAZO DE LO SIMBÓLICO Y LO SUBJETIVO

Si recuerdas inicié este hilo de pensamiento, que he reunido bajo el título genérico de CULTURA Y MALESTAR, dando una panorámica general en la primera entrega sobre la cultura y el entorno que envuelve nuestra forma de vida. Enumeré a continuación los seis síntomas que considero característicos del malestar que nos aqueja como sociedad. En la segunda entrega me centraba en la violencia (1º) como una de las señales patológicas de nuestra sociedad. En la tercera, apuntaba al individualismo (2º), en sus numerosas versiones. En la cuarta exponía algunas observaciones sobre otro de los rasgos característicos que reconocemos en cualquier momento y lugar que es la urgencia (3º). En la quinta, reflexioné sobre el ruido (4º) en su sentido literal, simbólico y figurado como manifestación reactiva de lo que podemos denominar el silencio de la soledad. En esta sexta entrega me ocupo del papel que juega en nuestra forma de vida la negación o el rechazo de lo simbólico y lo subjetivo (5º).

Dice Claude Lévi-Strauss que “Toda cultura puede considerarse como un conjunto de sistemas simbólicos, de entre los cuales figuran en primer plano el lenguaje, las reglas matrimoniales, las relaciones económicas, el arte, la ciencia y la religión.”

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¿Qué vemos hoy? La negación o el rechazo de lo simbólico y lo subjetivo con una exaltación de lo material y objetivo como soporte de la ciencia, la cultura, las relaciones sociales y económicas. Lo material desplaza hasta la irrelevancia lo espiritual como medio para cumplir un deseo o satisfacer una necesidad. Lo que no se ve, no se toca o no se puede reproducir carece de importancia o se desprecia como medio para acceder a la felicidad.  La exageración de esta tendencia es lo que nos pone en la pista de su significado como síntoma del malestar. Veamos algunas evidencias.

La negación o el rechazo de lo simbólico y lo subjetivo con una exaltación de lo material y objetivo como soporte de la ciencia, la cultura, las relaciones sociales y económicas.

La más llamativa es el consumo. El consumo se ha convertido en el principal vehículo para alcanzar la felicidad. Podemos decir –parafraseando a Freud- que es la vía regia para gozar de bienestar. Los que vivimos en el mundo actual consumimos de forma compulsiva y exagerada. Compramos de todo: ropa, coches, cepillos de dientes, libros, armas, drogas, alimentos, juguetes o papel higiénico en cantidades excesivas. El consumo incluye lo absurdo, lo escatológico, lo innecesario, lo inútil o lo dañino. Compramos sobre todo cosas, pero en su inagotable empuje la insatisfacción nos lleva a consumir lo inmaterial como juventud, felicidad, fortaleza, seguridad, belleza, amor o salud, representantes de un ideal absoluto. Baste recordar a esa persona que disponía en su casa de más de 2.000 pares de zapatos, o a la otra que disponía de 1.000 vehículos de alta gama para su disfrute. La consecuencia es el agotamiento material del planeta tierra, algo que no había sucedido nunca antes. Y también el consumo de ideas, modas, cremas anti-ageing, paquetes turísticos, gimnasios, seguros, identidades, juegos de azar como fórmulas mágicas de obtener placer y alcanzar el ideal absoluto.

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Este híper consumo representa la confianza que el ser humano deposita en lo que posee, especialmente lo material, como antídoto contra su íntimo y profundo desasosiego. Se imagina que la posesión de objetos llena el fondo abismal de lo subjetivo que vive con desagrado. Lo concreto sustituye a lo simbólico y así, cada compra aplaca momentáneamente el deseo y le sigue, renovada y crecida, la sensación de insatisfacción.

Lo concreto sustituye a lo simbólico y así, cada compra aplaca momentáneamente el deseo y le sigue, renovada y crecida, la sensación de insatisfacción

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Otra evidencia que nos muestra el mundo actual es el enaltecimiento del ideal del yo, especialmente en las redes sociales. Necesitamos exagerar lo que somos, lo que hacemos, lo que valemos, en una especie de autoafirmación constante que rompa límites y esquemas anteriores. El empleo de las redes sociales mostrando a los demás cualquier nimiedad o las actitudes más extravagantes u obscenas ejemplifica la necesidad de objetivar nuestro estado de ánimo –generalmente placentero- buscando la relevancia personal, la notoriedad o la admiración de los demás; en definitiva, el ser queridos por los demás. Llevado a sus límites el hombre y la mujer de hoy luchan denodadamente por un ideal inalcanzable, un ideal que nunca se satisface, de manera que tras una activación de las redes viene otra y otra y otra, … indefinidamente, sin lograr nunca la meta de sentirnos satisfechos y en paz, lo que conduce a la melancolía.

¿No hemos de encontrar aquí razones para entender por qué algunos “influencers” agotados y exhaustos colapsan y, como sencillos juguetes, se rompen? Considero que es tan elevada la dependencia y exigencia de ese ideal que sus mentes no lo soportan. Unos se quitan la vida, otros se apartan y renuncian a perseguir esa ilusión pasajera que no lleva a ninguna parte, otros, en fin, sentirán cómo sus primaveras llegan antes que tarde al denostado otoño.

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El lenguaje ocupa un lugar preferente en el campo de lo simbólico. Las palabras representan a las cosas y hoy las palabras tienen sentidos confusos o equívocos. ¿Qué sentido tiene hoy ser hombre o ser mujer?, ¿qué significa confiar en alguien?, ¿qué se entiende por una obra de arte?, ¿quién cree a los dirigentes políticos, a los científicos, a los divulgadores?, ¿qué papel juegan hoy las religiones?, ¿qué quiere decir para siempre o para toda la vida?, ¿qué significa ser feliz?

El lenguaje, como expresión del mundo simbólico, sufre de agotamiento, a la vez que se encuentra cosificado en su manifestación material. Las palabras valen tanto cuantos algoritmos sean capaces de generar prediciendo o influyendo en la conducta de los individuos, no por su valor evocador en la subjetividad de los demás. Ha dejado de ser elemento de comunicación intersubjetiva para convertirse en herramienta matemática de la manipulación.

Los mensajes han de ser concisos, abreviados y simples. Para lograr ese objetivo en ocasiones las palabras se sustituyen por imágenes, dibujos o nuevos símbolos que nos recuerdan –regresivamente- los jeroglíficos egipcios. El placer de la lectura se sustituye por el lenguaje QR, una serie de códigos empleados para seducir y guiar a las personas a un fin determinado. Interesa el resultado no el proceso; la meta y no el camino; la dominación y no la libertad.

Otra forma de rechazo de lo simbólico es la necesidad de cambios permanentes.  Cambiar se ha convertido en un objetivo en sí mismo, una aspiración irresistible. Lo que simbolizaba ayer la belleza, la bondad, la sabiduría, el éxito o la fuerza hoy no tiene valor alguno y se sustituye por otros símbolos, cuya vigencia será igualmente breve.

En el origen de los cambios se encuentran, según mi opinión, un anhelo del ser humano por adaptarse exitosamente al entorno cambiante, lo que resulta loable.

En el origen de los cambios se encuentran, según mi opinión, un anhelo del ser humano por adaptarse exitosamente al entorno cambiante, lo que resulta loable. Pero lograda esa adaptación debiera proporcionar al sujeto el disfrute de lo conseguido, el sosiego que sigue a la tensión aplacada y, en un plano temporal mayor, posibilitara la continuidad entre generaciones. Hoy no es así, los cambios se suceden unos a otros, sin pausa, sin finalidad, sin efectos confiables persiguiendo la ruptura con lo conocido como fin en sí misma. Al no haber poso afectivo –referencias generacionales- sobre las que asentar las nuevas experiencias el ser humano actual vive en permanente sorpresa. Su propio ser –su voluntad, su historia, su sentido de existencia- se ve afectado por tantos cambios y referencias que provocan un no saber qué es de él, no se encuentra a sí mismo porque vive una huida de sí mismo.

Un comportamiento característico de esta búsqueda incesante son los viajes. Visitar otros lugares, conocer a otras gentes, salir fuera del propio país, recorrer ciudades o parajes naturales que era y debiera ser un placer sosegado, una ilusión largamente alimentada, planificada, cargada de historias, personajes o sucesos imaginados, se ha convertido hoy en un imperativo cultural de acción al que hay que responder de inmediato. Se trata de recorrer muchos lugares, subirlos a las RRSS, aparentar dicha y vivencias. No importa lo que se visita, su historia, sus costumbres, la forma de pensar de sus gentes, los latidos vitales de ese lugar porque no existe ánimo de reflexión y aprendizaje, sino acción, cambio, consumo y apariencia.

No importa lo que se visita, su historia, sus costumbres, la forma de pensar de sus gentes, los latidos vitales…

Viajar, salir, moverse son necesidades imperativas que hay que aplacar al momento, igual que el consumo, una pulsión vital –aún a riesgo de la propia vida- que no admite demora, como hemos podido apreciar durante la epidemia del COVID-19 con sus sucesivas olas. Este comportamiento tiene connotaciones fóbicas, la necesidad de huir de la realidad cotidiana, de la rutina y de uno mismo como representación del aburrimiento y la pena.

La conducta que observamos en el consumo, en el manejo de las redes sociales, en el uso del lenguaje o en los cambios continuos que imprimimos a nuestras vidas son evidencias, creo yo, de la inseguridad y la angustia de la cultura actual. Ponen de manifiesto la insignificancia, el anonimato, la pequeñez y la insatisfacción de cada uno de nosotros que no nos atrevemos a asumir.

Gracias por tu atención.

Florencio Martín
tresmandarinas.es

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