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CULTURA Y MALESTAR EN LA SOCIEDAD ACTUAL. De la crisis generacional a la depresión

V. EL SILENCIO DE LA SOLEDAD

Como sin duda recordarás, inicié este hilo de pensamiento, que he reunido bajo el título genérico de CULTURA Y MALESTAR, dando una panorámica general en la primera entrega sobre la cultura y el entorno que envuelve nuestra forma de vida. Enumeré a continuación los seis síntomas que considero característicos del malestar que nos aqueja como sociedad. En la segunda entrega me centraba en la violencia como una de las señales patológicas de nuestra sociedad. En la tercera, apuntaba al individualismo, en sus numerosas versiones, como síntoma del malestar actual. Y en la cuarta exponía algunas observaciones sobre otro de los rasgos patológicos que todos reconocemos en cualquier momento y lugar que es la urgencia. Hoy reflexiono sobre una cuarta señal que observamos a diario, el ruido que nos envuelve como manifestación reactiva de lo que podemos denominar el silencio de la soledad.

el ruido que nos envuelve como manifestación reactiva de lo que podemos denominar el silencio de la soledad

El silencio es una vivencia universal. También lo es la soledad. Jugando con estas dos palabras planteo que la soledad, con su silencio, puede ser el reverso del silencio que impone la soledad. Así, la soledad del silencio podemos vivirlacomo una experiencia gozosa; es la belleza que encontramos en un momento de reposo, de apartamiento del ruido, aunque estemos en mitad de una gran ciudad. Haz la prueba, entra en una iglesia antigua de las que encontrarás en mitad de Londres, París, Nueva York o Madrid. Apenas has traspasado el zaguán del templo sentirás un silencio envolvente y gratificante que produce una sensación de paz. Una invitación a encontrarte contigo mismo. En cambio, la soledad no buscada, esa que se impone a quien la padece, está preñada de silencio infinito, improductivo y sin solución. Abre un abismo dentro del propio ser y entre el sujeto y su entorno imponiéndole pensamientos cuya negrura no logra despejar a pesar de su empeño en rodearse de ruidos. Estos ruidos son sintomáticos hoy. Ruidos contra el silencio, huida de la soledad.

Podemos experimentar el ruido en una triple dimensión: literal, simbólico y figurado.

En su sentido literal el ruido lo entendemos como un estímulo externo que nos distrae, acompaña, abruma, amortigua o rompe el silencio. El sujeto occidental necesita y vive pendiente de ruidos: radio, tv, reproductores de música, videos, mensajes de voz, notificaciones de llamadas, correos, recordatorios, avisos, megáfonos, alarmas, motores o sirenas. Hay ruidos que, imponiéndose al silencio, nos producen bienestar, los buscamos, los empleamos para provocar estados de ánimo placenteros. El arrullo de una paloma, por ejemplo, cuando nos encontramos en el campo al amanecer, nos sume en un estado anímico de paz. Y la música que nos gusta enaltece el ánimo y nos sumerge en estados de placidez, o la sinfonía con la que nos concentramos para estudiar. Pero la mayoría de los ruidos que interrumpen el silencio nos molestan o intoxican.

Las ciudades son, por antonomasia, las grandes fábricas de ruido. Y esta es la realidad, un 55 % de la población mundial vive en ciudades y las previsiones son que para 2050 se alcanzará el 64 %. Tokio, con 35 millones de habitantes se considera la urbe más poblada del planeta; pero Chongqing, con 31 millones de habitantes, Shanghái con 24 y Pekín con 22, son algunas de las grandes ciudades de China.

No sólo vivimos en urbes inundadas por el ruido, sino que la tendencia es a incrementar las concentraciones urbanas y los niveles de ruido. Si hoy en día, según la OMS, los límites máximos de ruido aceptables son 65 Db por el día y 55 Db por la noche, los habitantes de ciudades como El Cairo, con más de 17 millones, sufren un ruido medio superior a los 85 Db.  Y en situaciones parecidas se encuentran las personas que viven en Nueva Delhi, Pekín o Moscú. Japón es la nación más ruidosa del mundo, seguida de España, según los datos del Índice Mundial de Audición. Y para 2050, también según la OMS, el 25 % de la población mundial tendrá problemas serios de audición.

El transporte en vehículos de motor, por tren o en avión, es la principal fuente de ruido, se impone a nosotros, es inevitable, nos molesta y nos quejamos. Pero, paradójicamente, nuestra conducta social está vinculada al ruido que buscamos o producimos. ¿Conocemos algún bar con la tv, el equipo de música y las máquinas de juegos apagadas? El ruido lo buscamos, necesitamos experimentarlo con nuestros oídos para tener sensación de que hay vida alrededor, porque de lo contrario nos sentimos solos, una soledad que produce desazón.

El ruido simbólico llena un vacío, el del silencio y aplaca la tensión de la angustia.»

El ruido tiene, además, desde mi punto de vista, un papel simbólico. El ruido simbólico llena un vacío, el del silencio y aplaca la tensión de la angustia. Viene a ser un sustituto de la actividad que necesitamos llevar a cabo, como descarga motora, en momentos de peligro o desasosiego. Cumple la función de simular el acompañamiento, la presencia del otro que no existe, o está alejado. En tanto que nuestro oído recibe una música, algún diálogo o cualquier ruido, sentimos que alguien nos habla, nos canta o incluso nos importuna, pero nos confirma que no estamos solos. Por el contrario, el silencio impone interrogantes y nos lleva a dirigir la atención sobre lo que nos rodea o sobre nosotros mismos. En este caso el silencio nos inquiere, nos sorprende y nos conduce a territorios ignotos, fantaseados o recordados cargados de placer o de angustia.

Acostumbrados desde que nacemos a estímulos externos en forma de luces y sombras, presencias y ausencias, sonidos y ruidos, el silencio representa una falta de ese exterior, un déficit. Simbólicamente es la ausencia del otro, del que dependemos, con el que nos encontramos, al que queremos, con el que colaboramos. Y esta ausencia puede ser sentida con tal carga emocional negativa que nos recuerda, sin quererlo, la angustia de muerte. Por eso necesitamos llenarlo, generando sonidos o ruidos que aportan sensaciones de presencia que acompaña, distrae, asegura y nutre nuestra vida.

el sentido figurado del ruido que es el que producen los líderes mundiales, las agencias que los asesoran, quienes dominan las redes sociales, la cultura, los medios de comunicación, con aquello que se debe o no pensar y hacer, ruido para ocultar, manipular o falsear la realidad.»

Y está, finalmente, el sentido figurado del ruido que es el que producen los líderes mundiales, las agencias que los asesoran, quienes dominan las redes sociales, la cultura, los medios de comunicación, con aquello que se debe o no pensar y hacer, ruido para ocultar, manipular o falsear la realidad. Este ruido es agrandado por la tecnología actual que lo amplifica y difunde al planeta entero, sin exclusión, interfiriendo en procesos de conocimiento, libertad y desarrollo humanos mediante la falsedad y la desinformación, ruidos contra el saber crítico y la verdad.

Este ruido informativo, también conocido como “fake news” o “post verdad” son tóxicos que se administran con intención de controlar el pensamiento, la economía, las relaciones sociales y el comportamiento de los individuos. Las falsas noticias, como los mensajes inoportunos, generalizados, masivos con cualquier contenido u oferta, constituyen hoy día un ruido que afecta a la salud de nuestra sociedad occidental y son síntomas del malestar. Este ruido lo recibe y lo reproduce el propio sujeto, afectando a miles de personas rápidamente. Lo más dañino y paradójico de las falsas noticias es que cuanto más se divulgan mayor credibilidad se les da. Este es un fenómeno nuevo, sorprendente y característico del malestar de la cultura actual.

Es sorprendente porque el ser racional que somos claudica, cómodamente, frente a una idea fabricada que no se atiene a la verdad, a la ciencia o a la contrastación empírica; se trata de una manipulación de la emoción con ánimo de engañar. Cuanta más grosera sea la noticia -o el anuncio- atrae más a los consumidores, circula más y se da por más veraz.

¿Cómo es posible que la falsedad, el engaño y la manipulación se impongan al juicio crítico en una sociedad inteligente? Lo sabemos desde hace mucho: su carga emocional conecta con la necesidad del ser humano solitario de vincularse a algo fácilmente, de creer en algo que lo tranquiliza, como a los niños pequeños, sin esfuerzo a la vez que resulta atractivo. Un tóxico.

Una idea que le ayude a soportar su malestar. Porque la verdad exige y la falsedad seduce.

Lo verdadero, lo científico, requiere dedicación, tiempo y reflexión. El engaño se sirve de lo cómodo, lo ingenioso, lo inmediato y lo placentero. Los hechos objetivos son menos importantes a la hora de modelar la opinión pública que las apelaciones a la emoción o a las creencias personales. Lo permitido tiene poco atractivo, lo prohibido es deseable. Y tiene, en fin, un efecto contagio que los medios de comunicación explotan en beneficio propio.

Nuestra sociedad vive una cultura del ruido, el entretenimiento, el engaño y la manipulación de los hechos. En palabras de Mario Vargas Llosa vivimos en la civilización del espectáculo.

Como todo síntoma molesto, el ruido expresa una carencia, aplaca una tensión o llena una ausencia. Los místicos, quienes se dedicaron o se dedican durante gran parte de su vida a la contemplación, la soledad y el silencio, se encuentran en las antípodas del que sufre la necesidad de ruido -literal, simbólico o figurado-, como síntoma de soledad, vacío y angustia en el mundo de hoy.

Gracias por tu atención.

Florencio Martín.
tresmandarinas.es

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