Con esta frase Carl R. Rogers, en EL PROCESO DE CONVERTIRSE EN PERSONA, se autodefine y le reconocemos.
¿Quién soy?” es una pregunta que toda persona se ha hecho alguna vez en su vida, especialmente en su adolescencia; una pregunta que se han hecho todos los seres humanos en todas las épocas; una pregunta que se repetirá siempre. Porque el ser humano necesita y quiere saber quién es.
Las respuestas a esta pregunta son inabarcables e innumerables. Van desde respuestas simples de una frase a complejas teorías y extensos tratados filosóficos o psicológicos. Porque son infinitos los matices y las perspectivas con que podemos pensar acerca de quiénes somos.
¿Dónde nace nuestra identidad y cuándo?. Nace de nuestro ser antes incluso de haber nacido. Somos capaces de tener una identidad propia y diferente a los demás porque disponemos de cuerpo y de memoria, esto es, de capacidad de distinguirnos de otros, de reconocer un pasado, de traer recuerdos al presente, de auto-observarnos y “volver a vivir” algo que experimentamos con anterioridad. Nuestra identidad es la suma de las experiencias acumuladas, cuyo resultado conocemos como biografía personal, un continuum que arranca antes del nacimiento con la historia familiar y el deseo de nuestros progenitores.
A través de la memoria re-construimos quienes somos, nuestro recorrido biográfico, los recuerdos que conforman lo que somos: la familia que tenemos, lo que estudiamos, el trabajo que desempeñamos,… Estos recuerdos -junto a las emociones que los acompañan- dan sentido y unidad a la concepción de nuestro yo. Y a la vez somos un poliedro de referencias y pertenencias: somos estudiante de oposiciones, conductor de autobús, feligrés, vecino, sujeto político, padre,…
Nuestra identidad, lo que somos –yo- se construye a partir de lo más elemental y primario que es nuestro cuerpo, nuestras células, nuestros cromosomas, nuestro ADN. Estos elementos, evolutivamente desarrollados y complejos, nos permiten captar los estímulos externos –lo que oímos, tocamos, olemos, gustamos o vemos- e internos –nuestro propio cuerpo, nuestra autopercepción, nuestras fantasías y deseos- y obtener de ellos las primeras experiencias. Al principio son muy simples agrado-desagrado, pero paulatinamente se hacen más complejas y más ricas.
Cada experiencia vivida tiene la oportunidad de ser memorizada, guardada o conservada por la persona. Las diferencias individuales harán que unas personas aprendan, memoricen o conserven muchas experiencias y otras pocas. La finalidad, en todo caso, de lo memorizado o conservado es la supervivencia del sujeto, es decir del yo. Para ello, lo vivenciado ha de estar accesible, ha de ser recuperable y al servicio de ese yo pues de otro modo es como si no se hubiera tenido esa experiencia. Pero si se puede recuperar dicha experiencia, siendo positiva o negativa se aplica a la supervivencia. Así, acumulando y evitando experiencias nuevas vamos almacenando conocimientos, aprendizajes y vivencias que permiten nuestra adaptación al medio, crecer y desarrollarnos en un proceso de interacción con lo que nos rodea.
En ocasiones, sin embargo, la persona siente que se estanca, que las dificultades le sobrepasan y paralizan, causándole un creciente desasosiego. Son momentos de crisis, productores de angustia, en que no sabe qué hacer o teme lo peor, llegando a cuestionar su propia identidad. El sujeto duda de sí mismo, quién es, qué puede o qué quiere llevar a cabo. Y le invaden temores ante retos futuros. Circunstancias en que su identidad, su autoestima, su capacidad y su confianza están en crisis. Son momentos en que una ayuda, un apoyo o un acompañamiento como ofrece tresmandarinas.es puede ser pertinente.
A la pregunta ¿quién soy? diremos que somos lo que hemos vivido, lo acumulado en conocimiento, experiencia, anhelos y sentimientos. Somos un flujo constante de vida en relación con los demás, que no debe parar; una llama de esperanza. Seres únicos cada uno y se nos reconoce por la forma de ser.
Gracias por tu atención.
Florencio Martín
tresmandarinas.es